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Mostrando entradas de junio, 2017

ADOLESCENCIA: ÁNGEL CAÍDO

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RELATOS DE UNA ADOLESCENTE -¿Qué haces aquí? -Vengo a visitarte -dijo mi yo de años atrás -¿Por qué estás aquí? -pregunté. -Esa no es la pregunta que me tendrías que hacer -argumentó con una sonrisa que interpreté burlona. -Entonces…Dime cuál sería… -respondí con la duda. Pixabay - Devenal CCO -¿Por qué has cambiado tanto? -me pregunté a mí misma -Mírame -dije -una niña buena, un ángel caído del cielo, que con el tiempo se cansó. -¿Por qué se cansó de ser buena? -Jugó con fuego, se metió en el infierno y se sintió bien ahí dentro. -Pero ese infierno eres tú misma -Exacto - s onreí porque supe que me había entendido, pero que no me comprendería hasta que no llegara hasta donde estoy yo ahora. Adolescencia. Hubo una pausa y proseguí:  -¿Ves? -le susurré al oído, señalando una hoja moviéndose por la brisa calurosa- Cuando llegue el otoño, esa hoja dejará de ser verde y cambiará a marrón. Se secará y el viento la desplazará, despid

A TOMAR VIENTO

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- Hola, guapa! – dijo él, descaradamente atrayente, muy seguro de sí. - Hola! – respondió ella fríamente. - Qué maneras! ¿De dónde vienes? –  confiado en su cálida fortaleza. - Del norte – resopló – Tras una violenta pausa, lanzó súbitamente: ¿Y tú?. - Del levante – acariciando suavemente las palabras. - Ya te veo. Vienes cargado de calor. –afinó irónicamente. - No sabes cuánto - él sonrió intensamente, seguro de una conquista que presumía corta. - ¿Cómo te llamas, guapo? –sospechando su identidad. - Llebeig. - Interesante, muy interesante! Curioso nombre. ¿Puedo besarte? –ella se acercaba a él, tomando la iniciativa, mirándole a la boca por donde salía ese cálido y fuerte aire que parecía removerla. Se besaron apasionadamente. En apenas unos minutos, se pusieron a cien por hora. Y curiosamente la temperatura comenzó a descender. Él se apartó de ella, bruscamente. No sabía su nombre. Se lo preguntó. - Galerna - A tomar viento, nena!

CANAS AL VIENTO

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-Estás loca, mamá –espetó mi hijo-. No puedes hacer eso. Mi rápida respuesta mental, que no verbalicé, fue un “claro que puedo”. A punto de dejar atrás toda una vida subyugada a los deseos de otros.  Mis pensamientos me abstrajeron del parloteo de mi hijo. Recordé instantes de mi infancia. Me adjudicaron el papel de la hija mayor, responsable de atender a los cuatro siguientes, alumbrados consecutivamente con un periodo bianual cuasi perfecto. Con doce años cambiaba pañales, cocinaba, fregaba a mano y planchaba. Me gustaría observar a mis malcriados nietos planchando una camisa o restregando las manchas de la ropa con jabón casero que cocía mi abuela para dejarla clarear al sol en la inclinada piedra rugosa del tanque de agua. La escuela fue un privilegio que me fue concedido con catorce años, cuando mi hermano pequeño empezó la escuela y los otros tres medianos eran más independientes. En un solo año aprendí a leer y a escribir. El maestro estaba entusiasmado con mi